Paró delante del espejo, admiró el reflejo de la media luna que asomaba y pasó de largo como alma en pena, no queriendo recordar el brillo que juguetón se posaba en el pelo de Ana. Se apresuró hacia el baño, solo necesitaba ducharse y sentir el agua caer sobre su cabeza, tal vez para limpiar también cualquier imagen y recuerdo que le llevara a pensar en ella de nuevo. Tras la ducha se enfundó su pijama gris y blanco de fino algodón a rayas de "Zara", regalado por su madre la pasada Navidad. Se miró detenidamente en el espejo, tras quitar el vaho , una ojeada rápida a un tipo que tenía algo visto y al que unas pequeñas arrugas asomaban en sus ojos y sumadas a a la barba de 3 días, le conferían un aire demasiado canalla y bohemio para su gusto. Pensó que debía afeitarse, pero estaba demasiado agotado, por la mañana sería una de las primeras tareas que hacer. No le gustaba mostrarse excesivamente descuidado ahora que había conseguido ese ascenso, que sabía no era merecido pero no por ello menos anhelado. Lucho con el tubo de pasta dentífrica para sacarle el máximo rendimiento y comenzar la tarea de lavar sus dientes.
Ana estaba dormida, en la postura fetal que la recogía en un gracioso bulto en la cama, protegiéndose del frío. Él se acercó sin hacer ruido, la tapó cuidadosamente con la sábana para no despertarla. No quiso besarle, para evitar así el roce con su cuerpo y no oler esa mezcla de sudor y perfume de "Gucci", que aún le seguía volviendo loco. Se acostó en el lado izquierdo de la cama de 1,50 de ancho y que ahora tan pequeña les parecía, para intentar dormir.
Tras dar varias vueltas en la cama, la abrazó. Sorprendido por no haber notado en ella rechazo alguno, se atrevió a acariciarle el cabello que solo una hora antes no se atrevió a tocar, no quería dejarse embragar demasiado por ese olor cosmético que le recordaba a tantas duchas con ella. A través de la ventana un tenue hilo de luz de luna dejaba entrever parte de la figura de ella. No podía conformarse con intuirla y la destapó suavemente, rezando para que no se despertara y poder seguir admirándola a hurtadillas. Se sentía excitado ante la posibilidad de acariciarla, dudaba pero a la vez eso le arrastraba a hacerlo y penetrar en una espiral de ansiedad y excitación. Tímidamente pasó las yemas de los dedos por su cuello, retirándole un mechón de su media melena castaña para poder notar el pulso, como si quisiera comprobar que estaba viva. El corazón de Juan galopaba fuertemente ante la visión del escote de Ana y de la posibilidad de ser pillado. Envalentonado ante su proeza, siguió bajando los dedos hasta llegar al hombro y torpemente deslizar entre sus dedos el tirante de su lencero camisón gris perla, arrastrándolo para bajarlo hasta lograr que que la puntilla del escote cediera, mostrando el pequeño y firme pecho que le pareció latía más fuertemente que nunca.
El olor, la visión y el leve roce desataron en él lo que quería evitar a toda costa. Se atrevió a juntar su cuerpo más al de ella, provocando una erección instantánea. Todos sus sentidos estaban alerta y solo quería seguir disfrutando a solas de ella. Las ganas de tocarla, el miedo a ser descubierto le dejaron petrificado unos segundos. Finalmente optó por dejarse llevar por sus instintos, llevado por la ofuscación del momento y tanto deseo retenido. Sin miramiento llevó su mano izquierda hacia su escote maniobrando sabiamente para conseguir su objetivo. Encontrando ansioso el pequeño pezón que se erigía de manera insolente, para ser pellizcado suavemente.
El calor se hacía insoportable para Juan. Ella profundamente dormida y ajena al deseo de él, pero subcoscientemente entregada a la tarea de darle placer, tan solo con su cuerpo medio desnudo a la luz de la luna y el simple roce de los dedos de él en su piel..
Juan no podía ni quería dejar de tocarla, cada vez de manera más impaciente. Subió su camisón un poco para poder ver y tocar su entrepierna, poder notar el calor de su muslo y por qué no.... su sexo. No osaba acariciarla sabiendo del peligro que eso podía conllevar, pero al notar su calidez, ello le empujó una vez más a besarle esta vez , de manera casi sublime tras la oreja y pasar provocadora la punta de su lengua por ella mientras trataba de encontrar un hueco para sus dedos entre la costura de la pequeña braga de encaje negro.
Tras dar varias vueltas en la cama, la abrazó. Sorprendido por no haber notado en ella rechazo alguno, se atrevió a acariciarle el cabello que solo una hora antes no se atrevió a tocar, no quería dejarse embragar demasiado por ese olor cosmético que le recordaba a tantas duchas con ella. A través de la ventana un tenue hilo de luz de luna dejaba entrever parte de la figura de ella. No podía conformarse con intuirla y la destapó suavemente, rezando para que no se despertara y poder seguir admirándola a hurtadillas. Se sentía excitado ante la posibilidad de acariciarla, dudaba pero a la vez eso le arrastraba a hacerlo y penetrar en una espiral de ansiedad y excitación. Tímidamente pasó las yemas de los dedos por su cuello, retirándole un mechón de su media melena castaña para poder notar el pulso, como si quisiera comprobar que estaba viva. El corazón de Juan galopaba fuertemente ante la visión del escote de Ana y de la posibilidad de ser pillado. Envalentonado ante su proeza, siguió bajando los dedos hasta llegar al hombro y torpemente deslizar entre sus dedos el tirante de su lencero camisón gris perla, arrastrándolo para bajarlo hasta lograr que que la puntilla del escote cediera, mostrando el pequeño y firme pecho que le pareció latía más fuertemente que nunca.
El olor, la visión y el leve roce desataron en él lo que quería evitar a toda costa. Se atrevió a juntar su cuerpo más al de ella, provocando una erección instantánea. Todos sus sentidos estaban alerta y solo quería seguir disfrutando a solas de ella. Las ganas de tocarla, el miedo a ser descubierto le dejaron petrificado unos segundos. Finalmente optó por dejarse llevar por sus instintos, llevado por la ofuscación del momento y tanto deseo retenido. Sin miramiento llevó su mano izquierda hacia su escote maniobrando sabiamente para conseguir su objetivo. Encontrando ansioso el pequeño pezón que se erigía de manera insolente, para ser pellizcado suavemente.
El calor se hacía insoportable para Juan. Ella profundamente dormida y ajena al deseo de él, pero subcoscientemente entregada a la tarea de darle placer, tan solo con su cuerpo medio desnudo a la luz de la luna y el simple roce de los dedos de él en su piel..
Juan no podía ni quería dejar de tocarla, cada vez de manera más impaciente. Subió su camisón un poco para poder ver y tocar su entrepierna, poder notar el calor de su muslo y por qué no.... su sexo. No osaba acariciarla sabiendo del peligro que eso podía conllevar, pero al notar su calidez, ello le empujó una vez más a besarle esta vez , de manera casi sublime tras la oreja y pasar provocadora la punta de su lengua por ella mientras trataba de encontrar un hueco para sus dedos entre la costura de la pequeña braga de encaje negro.
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