viernes, 15 de abril de 2011

Juan & Ana. El reflejo de la luna. 1



Juan esa noche estaba apático. Veía sin prestar atención la televisión, el programa de humor fácil y y simplón que ella tanto odiaba. Ella a su vez limpiaba sus uñas maltrechas de ese esmalte discreto que usaba para no resaltar de ninguna manera su feminidad que tan cómodo le resultaba, para no desentonar del aburrido y mediocre mundo en el que se movía. Un fulgor rojo en forma de esmalte asomaba desafiante respecto a todos los colores del neceser, hacía semanas, quizá meses, no había reparado en él, pero esa noche sí. Quizá la luz de la luna llena reflejada en la bandeja donde colocó su tierno, hasta casi infantil neceser de "Hello Kitty" le hizo recobrar vida al rojo sangre del pinta uñas.

Una idea rondó en la cabeza de Ana, estaba deseosa de dejar de sentirse vulgar, anodina y hacerlo como siempre lo había sentido en su más profundo ser, pero nunca capaz de demostrar. Pintó sus uñas una a una con tranquilidad y parsimonia deleitándose en la labor, hechizándose a su vez del color que poco a poco iban adquiriendo en sus dedos.

Él, desinteresado a su vez por la televisión, la miró, pensando que otra noche más estaba más preocupada de parecer que de ser. Algo más le atrajo de ella, esta vez... ¿Se había cortado el pelo,tal vez? ¿O era el perfume? Pensó que esa noche estaba especialmente guapa, incluso radiante, la luz de la luna se reflejaba en los cabellos y les daba un tono rojizo que le estaba excitando de una manera traviesa e inconsciente. Jugueteaba con la idea de acariciarle su pelo de tono enrojecido. Nunca le habían gustado las pelirrojas especialmente y aunque ella era castaña esos reflejos le daban un nuevo aspecto que no lograba adivinar a que se debía.
Se excitaba sin apenas rozarle al ver como tan ajena a sus pensamientos pintaba sus uñas, eso le divertía y encendía el deseo de tocarla, pero el deleite de seguir disfrutando de seguir disfrutando de esa imagen tan cotidiana y femenina en una mujer, le impedía dar un paso más.

Ana se levantó dispuesta a dejar el neceser en el baño, cruzó el pasillo y frente al espejo del mismo, vio su imagen reflejada por la tenue luz de media luna que asomaba por la ventana, ahora lejana del salón. Una imagen de una mujer de treinta años, delgada, con unos huesos largos que predecían de niña una mayor altura a la que finalmente heredó de adulta. Un pecho pequeño pero bien formado junto a unas curvas bien marcadas, no de manera abrupta y generosa sino más bien cinceladas suavemente dando un toque muy femenino a una fisonomía con aire ligeramente adolescente.

Recogió el neceser y se dirigió a su dormitorio para prepararse a dormir. Se quitó la falda de Prada, comprada en las rebajas del outlet al que acudía cada temporada para reponer su fondo de armario, la dobló cuidadosamente y la colocó en la vieja silla estilo "tonet" que a modo de galán de noche hacía ese uso esta vez. Le tocó el turno a las medias, tenía un pequeño agujero que no quería se hiciera mayor y poco a poco la fue quitando para evitar que el nylon se deshiciera en una horrible carrera; La segunda no le causó tantos problemas y dejó que se deslizara suavemente por su muslo derecho para caer a su tobillo robusto y huesudo.

Juan se aburría y más desde que se sintió abandonado por ella en el sofá "Ektorp" de Ikea, que ya desvencijado por el uso aún resistía estoicamente en los partidos de fútbol con los amigos u otra época, cómplice de juegos de pareja. Decidió apagar la tele, fumarse un último cigarrillo antes de una ducha previa al pijama y el descanso que aunque no deseado y necesitado, le llamaba por la propia rutina y apatía.
Tras consumir la última calada, apagó la luz y fijó sus ojos en el reflejo de la luna en el espejo del pasillo.


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